A inicios del 2011, vivía una época interesante, aunque complicada. No tenía un trabajo estable y necesitaba moverme por la ciudad para gestionar ingresos y resolver mis días. En medio de esa incertidumbre, una amiga me dio una idea que cambiaría mi vida: “Pues haga esas vueltas en bicicleta”, me dijo, mientras me contaba cómo había trabajado más de un año haciendo domicilios en su bici. Esa historia me quedó resonando en la mente.
Por esos días, mi mamá tenía en casa una bicicleta que alguien le había dado. No estaba en las mejores condiciones, pero decidí ponerme manos a la obra. Un amigo me ayudó a revisar lo que necesitaba para que volviera a funcionar. Finalmente, encontré un mecánico que hizo magia y la dejó en perfecto estado. Recuerdo que era una bicicleta de hierro, robusta y pesada. Decidí personalizarla un poco: le puse una cabrilla de esas diseñadas para bicicletas urbanas y me enfrenté al reto de los cambios de arrastre, esos que, si no estaban bien ajustados, parecía que iban a desbaratarse. ¡Era cuestión de paciencia!
Con la bicicleta lista, el siguiente paso era salir a la calle. Al principio, me llenaba de miedo enfrentarme al tráfico y a los vehículos, pero poco a poco empecé a sentirme más cómoda. En cada recorrido, ganaba confianza y descubria algo nuevo. Fue entonces cuando, casi por casualidad, conocí a un grupo de personas que también se movían en bicicleta por la ciudad. La mayoría eran estudiantes de la Universidad del Tolima, y gracias a ellos, entendí que no estaba sola. Aunque en ese entonces éramos pocos, todos compartíamos la pasión por este medio de transporte que aún era visto como algo raro o propio de quienes tenían pocos recursos.
Lo curioso es que nuestra visión como ciclistas urbanos iba mucho más allá. Para nosotros, la bicicleta era una herramienta de cambio: no contaminábamos, hacíamos ejercicio y disfrutábamos del placer de movernos a nuestro ritmo. Con el tiempo, empezamos a salir en rutas más largas, explorando la ciudad y descubriendo lo divertido que era pertenecer a este mundo del ciclismo. Era una forma de vida que no estaba dictada por la moda, sino por la convicción de que era una idea inteligente y sostenible para desplazarse.
Mirando atrás, esa decisión de subirme a una bicicleta marcó el inicio de un viaje que transformó mi vida. Lo que comenzó como una necesidad práctica se convirtió en una pasión que, hasta el día de hoy, sigue guiándome y conectándome con un mundo lleno de posibilidades.